lunes, 11 de mayo de 2015

David Trueba. Abierto toda la noche

Una novela lleva a otra. Eso me ha ocurrido con David Trueba y su primera novela Abierto toda la noche. Al comienzo de la misma nos tropezamos con los miembros de una familia numerosa, numerosísima (abuelos, padres y 6 hijos), los Belitre, haciendo la mudanza a un palacete heredado por la abuela, en cama desde hacía 17 años. Y ya se nos anuncian los disparatados rasgos que caracterizan a cada uno de ellos: el abuelo, que recita un poema desde lo alto del balcón, es conversador habitual con Dios; Félix, el padre, que intenta resolver su crisis vital de los 50 años acostándose con Sara, treinta años más joven, Felisín que llega con su recién esposa francesa; Basilio, de aspecto repulsivo por un violento acné sangrante; Matías que padece un síndrome que le conduce, a sus 12 años, a abandonar su identidad y usurpar el puesto de cabeza de familia, Nacho, una máquina sexual de 20 años, Lucas que siempre lleva un bozal que controla su verborrea, el doctor Tristan, terapeuta que monta su consulta en una tienda de campaña en el jardín, etc.
Es una novela en la que destacan sus abundantes diálogos cinematográficos y su sentido del humor.
Cada capítulo está encabezado por una original cita introductoria, procedente de cada uno de los miembros de la familia o de gente cercana a ellos. A veces contribuye a la caracterización de los mismos, de manera hiperbólica. Así se encabeza el capítulo IV que describe a Basilio: "Era un príncipe tan feo que Cenicienta abandonó el baile a las ocho y media", o la cita que encabeza el capítulo 20: "Solo tenemos una vida y yo he visto a muchos gatos maldecir por tener siete".
Es una familia disparatada, retratada por las sucesivas situaciones de alta comedia, divertida y trágica a la vez, en la que cada personaje desarrolla su aprendizaje sentimental como puede. Y junto a los disparates surge el melodrama, el dolor, la muerte. Ambas conviven como en la vida misma.
El título de la novela lo explica el propio autor en las primeras páginas, poniéndolo en boca de la abuela Alma, que hace años que no se levanta de la cama, y es ella quien trae a colación las palabras de Ambrose Bierce (para definir el hogar en su Diccionario del diablo): "Hogar es el lugar del último recurso, abierto toda la noche", cuando cede a su gran familia el palacete que hereda de su amiga. "Ya lo entenderéis, seguro"-les avisa. Y así es como se desarrolla esta historia cargada de hiperrealidad y de humor, que redunda en esta idea explícitamente cuando casi en el desenlace leemos: "El padre comprendió, allí sentado, en mitad de la reunión familiar, que había muchas formas de querer a alguien, muchos modos de amar, que quizá la pasión tan solo fuera un espejismo"



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