jueves, 21 de agosto de 2014

La rubia de ojos negros de Benjamin Black. Premio Príncipe de Asturias 2014

La rubia de ojos negros. Premio príncipe de Asturias 2014.
Vuelve el detective Philip Marlowe de la mano de  Benjamin Black (John Banville) a quien los herederos de su creador, Raymond Chandler (1888-1959), encargaron la novela. El propio título parece ser que el propio Chandler tenía previsto para recuperar una aventura más de su detective Marlowe. Y lo ha conseguido con creces, manteniendo la atención con sus descubrimientos, los giros en la investigación y el desenlace sorprendente en el que, por fin, se ordenan todas las piezas del puzzle.
Benjamin Black siente gran admiración por este investigador privado californiano, honrado, aficionado al ajedrez, procedente de la década de los cincuenta, tan distinto de los detectives de la novela negra actual. En ningún momento hay en su comportamiento ni violencia ni crueldad.
Es fumador, destacando a lo largo de la novela el placer que siente al observar el lento movimiento de las volutas grises del humo del tabaco hasta el techo, marca lo agradable que es fumar junto al mar porque “el aire salado da un sabor distinto al tabaco” (p. 43), juguetea con el cigarrillo apagado girándolo entre sus dedos, espera sentado dentro del coche en compañía del humo rancio de su tabaco, se entretiene haciendo anillos de humo perfectos.
Desde las primeras líneas de la novela reconocemos la presencia y el esperable comportamiento del clásico detective Marlowe y el entorno en el que se mueve durante la resolución de sus casos, así como el ritmo dinámico de la narración y la agilidad de sus diálogos, claves de la novela negra. Resulta significativa su ironía, su notable sentido del humor, un sarcasmo ácido que lo hace merecedor de una sonrisa de complicidad cuando resuelve las situaciones más apuradas con su peculiar humor. Así cuando su amigo jefe de la policía le interroga acerca de la causa de su tardanza en llegar al reconocimiento de un cadáver, Marlowe le contesta simplemente:
-  Me he detenido varias veces para admirar el paisaje y deleitarme con pensamientos poéticos. (p. 162)
En otra ocasión, le preguntan acerca de una herida que muestra su mejilla, y así se desarrolla el diálogo:
-  Me mordió un mosquito.
-  Los mosquitos no muerden, pican.
-  Este tenía dientes. (p.210)
B. Black recrea no solo el universo del protagonista sino incluso personajes de otras de sus novelas como Linda Loring, la amada del detective, o Terry Lennox, uno de los protagonistas de “El largo adiós”. Según avanza la acción, aparecen nuevos personajes y la trama se va complicando.
La llegada a su despacho de una rica y elegante mujer rubia de ojos negros, que el escritor, en boca de su detective, describe larga y detalladamente, con el encargo de encontrar a un antiguo amante “un estafador de poca monta con trajes a medida” (p. 14) al que ha visto inexplicablemente vivo cuando lo suponía muerto, da lugar a una investigación sobre el caso que aclare el enigma. Con ella el detective se enreda con una de las familias más ricas de Bay City.
Los ojos de la mujer se nombran reiteradamente, por su “brillo inteligente y burlón”, pero sobre todo por su color: “el ébano tenía la misma negrura resplandeciente de sus ojos” (p. 14), “iris negro y brillante” (p.74)
La acción avanza deteniéndose constantemente en la descripción de todo lo que visualmente capta. Además del aspecto, indumentaria, movimientos, la mirada, el olor, etc. de los personajes, vemos lo mismo que ve el detective: el horizonte, la calle, jardines, la playa, edificaciones diversas, el interior de un coche…Nada escapa a su aguda percepción sensorial.
Y no solo se utiliza el sentido de la vista para ello. Así, las paredes de una casa vacía “iluminada por el sol”, “exudan un aceitoso olor a creosota”, y “posee un modo especial de absorber los sonidos, igual que el cauce seco de un riachuelo se traga el agua”(p.14). El tejido de un vestido “crepitaba” cada vez que su portadora se movía y sus pliegues despedían una “ráfaga de perfume
Olemos el aire denso y pesado que percibe Marlowe “como un hombre obeso recién salido de un largo baño caliente” (p. 29) y escuchamos los mismos sonidos que él: “una melodía dulzona de violines” “la voz grave y modulada”.
Y descubrimos la vitalidad de objetos inanimados: “los guijarros siseaban cuando las olas rompían como si estuvieran hirviendo” (p.40), “los muebles me observaban como perros guardianes demasiado abatidos como para levantarse o incluso ladrar” (p.94)
En primera persona, el sabueso Marlowe relata todos sus movimientos y recoge sus dudas, pensamientos y contradicciones íntimas: “No conseguía quitarme el asunto Peterson de la cabeza… Estaba persuadido de que había algo sospechoso…No podía decir… pero tenía la clara convicción de…” (p.24). Detalla cada sensación incluso mientras cae inconsciente como un “toro apuntillado”, en ese breve proceso que le parece un ensayo de la muerte.
En pocas ocasiones comemos con él y, cuando eso ocurre apenas tiene interés: perrito caliente y gaseosa. Sin embargo compartimos con él, con frecuencia, sus bebidas: los efectos del whisky bien cargado que hacen que su cabeza parezca repleta de masilla, su brandy “poco ortodoxo” con azúcar, su gimlet (ginebra y zumo de lima Rose’s en idéntica cantidad sobre hielo picado), uno de los cóteles más sofisticados, el bourbon y el martini vodka.
Y para los amantes del té, la dueña de la fábrica de perfumes, rica inglesa, detalla los pasos necesarios. Concluimos con tan interesante receta:
Primero tiene que hervir el agua (…) A continuación, vierta el agua en la tetera para calentarla. Escalde bien la tetera.(…) Luego tire esa agua, añada más a la tetera y eche una cucharada de té por persona y otra más para la tetera. Déjelo reposar durante tras minutos (…) ni uno mas ni uno menos. Y en ese momento puede servir el té” (p. 74)

NOTA: Benjamín Blake, seudónimo de John Banville (1954) fue nombrado duque del Reino de Redonda en 2012 por Javier Marías, como reconocimiento personal de su admiración hacia el escritor irlandés, que ha cosechado numerosos premios a lo largo de su carrera literaria.

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